Sahamferast
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Astarot
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Guardián de los Cinco Anillos
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Los Hermanos Mono Parte 3 Empty Los Hermanos Mono Parte 3

25/2/2010, 12:26
Kyoji miró a su hermano desde el suelo, sobre sus manos y rodillas. “Padre nunca nos creerá.”

Koto sacó su bokken del cinturón alrededor de su cintura. “Suéltale,” gritó.

Los bandidos rieron.

Hayato tiró la lisa piedra al aire, dejando que golpease la palma de su mano al volverla a coger. “Bastante valiente,” dijo. “¿No sientes miedo por la vida de tu hermano?”

Koto dio un paso hacia delante, levantando su espada de madera. “He dicho que le sueltes.”

Hayato sonrió. “Quizás tu padre te creerá el cuento, si te mando a casa con la cabeza de tu hermano en un saco.”

Koto miró a Kyoji. El bandido que le tenía sujeto por la garganta presionó más la hoja de su kama contra su cuello. Una delgada línea de sangre apareció, y Kyoji se puso tenso, sus ojos abriéndose mucho.

“Te daré una última oportunidad,” dijo Koto. “Suéltale, o muere.”

Los bandidos dejaron de reír.

Hayato miró al chico, sus ojos entrecerrándose. Asintió, y dos de los mugrientos hombres, con los tanto en la mano, fueron hacia Koto.

“Corre, Koto,” gritó Kyoji. “Por favor, corre.”

Koto vio como se acercaban los dos hombres, prestando atención de uno al otro. Su corazón saltó dentro de su pecho. Pequeñas gotas de sudor se formaron en su frente, cuello, y brazos. Su piel estaba fría, sus rodillas débiles. Koto podía oír las pisadas de los bandidos sonando cada vez más fuertes mientras se acercaban. El viento sopló hacia él, moviendo las hojas, y llevando el maloliente hedor de sucios kimonos.

“¡Corre!” La voz de Kyoji se rompió, chillando en un tono más alto.

Koto nunca había oído gritar a su hermano mayor con tanta desesperación, y el sonido hizo que sintiese un sudor frío por su espina dorsal.

Los bandidos se acercaron un paso más.

Koto se empujó con ambas piernas, lanzándose por el aire con toda su fuerza. Los bandidos arrastraron un poco los pies, sorprendidos por el salto del joven.

Koto aterrizó de pie, se dio la vuelta, y salió corriendo. Su salto hacia atrás le había dado una ventaja de tres metros.

“Tras él,” gritó Hayato.

Koto no miró hacia atrás, moviendo sus piernas tan rápido como podía. Girando una esquina, el joven chocó contra los arbustos que delineaban el retorcido y polvoriento camino. Una fila de árboles estaba justo ante él. La noche se oscurecía aún más dentro de la arboleda.

Koto levantó sus piernas tan alto como pudo, saltó sobre los arbustos, y atravesaba tanto espacio con cada paso, como las piernas de un niño de once años podían. Podía oír a los bandidos entrar en los arbustos tras él.

Koto se forzó a ir más rápido. Sus pulmones ardían, y sus piernas empezaron a pesarle. Los arbustos habían rajado sus ropas, arañando sus piernas. Ignoró el dolor, lanzando su cuerpo hacia delante, adentrándose en la oscuridad bajo los árboles.

Sus ojos tuvieron dificultades para adaptarse, pero Koto podía entrever ante él, el tocón de un árbol caído. Dos pasos más, y saltó, cayendo y deteniéndose al otro lado, acurrucando su cuerpo tras el árbol caído. Metiéndose bajo el tocón como mejor podía, el joven Mono puso sus manos a los lados de su boca, tapando el sonido de su fuerte respiración.





Kyoji tragó fuerte. La hoja que tenía contra su garganta mordía su piel. Le picaba, y podía sentir la sangre correr por su cuello. Miró a su hermano pequeño. El maldito estúpido les hacia frente, bokken en mano.

Kyoji respiró hondo. “¡Corre!” Soltó las palabras tan fuerte y rápido como pudo. El movimiento hizo que la hoja se hundiese más en su piel.

Koto dio un salto hacia atrás, y salió corriendo.

“Tras él,” gritó Hayato.

Dos bandidos le persiguieron.

Kyoji cerró sus ojos. Corre rápido, hermano, corre rápido.

Kyoji esperó. Se preguntó si dolería, cuanto le llevaría morir, una vez que el bandido rajase su garganta. Luego pensó en su padre. ¿Se sentiría decepcionado por que no había completado su tarea? ¿O se lamentaría de la pérdida de su hijo? Ese pensamiento llenó al joven Mono de indignación.

“Si vais a matarme, sucios bastardos, ¿tenéis los cojones para retarme a un duelo?”

La hoja dejó de presionar su garganta, y Kyoji abrió sus ojos. Alguien le cogió por detrás, y le puso en pie. Podía sentir como ardía la sangrante línea de su cuello, pero la apartó de su mente, y en vez de ello, hinchó su pecho y miró desafiante al señor de los bandidos.

Hayato sostuvo su afeitado mentón con una mano, la piedra pulimentada en otro, y miró intensamente a Kyoji. “¿Tienes alguna idea de lo que es esto?” Dijo finalmente, moviendo la piedra.

“S… si,” contestó Kyoji, sin quitar los ojos del hombre.

“Entonces te darás cuenta de que no tengo ningún problema en matarte por ella.”Dio un paso adelante, y se agachó hacia la cara de Kyoji. “No me importa lo joven que seas.”

“Entonces no te importará retarme por ella,” se mofó Kyoji. “No importa lo viejo que seas.”

Hayato se dio la vuelta, y recogió la ahora rayada caja lacada de negro. La puso en el suelo entre él y Kyoji. Luego puso la piedra recubierta de kanji dentro de la caja.

“No, tienes razón,” dijo Hayato, “No me importa.” Sacó su wakizashi de su cinturón. “Coge.” Se lo tiró a Kyoji.

El joven Mono nunca antes había tocado una espada de verdad. Estaba prohibido hacerlo antes del gempukku. Levantándose, Kyoji la cogió con una mano. Bueno, pensó. Si no podía tomar el reto del gempukku de su padre, esto tendría que servir en su lugar.

Kyoji alisó sus ropas, y quitó el polvo de sus rodillas. Luego metió la espada en su cinturón.

“Cuando estés preparado, viejo,” soltó Kyoji, poniendo su mano sobre la empuñadura, “con mucho gusto te quitaré la vida.”

Hayato adoptó una fácil y experta postura, doblando las rodillas, y envolviendo con sus dedos la empuñadura de su katana. Sonrió.

“No, por favor, niño valiente,” le urgió, “tu primero.”
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