- AstarotGuardián de los Cinco Anillos
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Los Hermanos Mono Parte 1
21/2/2010, 16:38
“¡Ríndete!” Gritó Kyoji. “Sé que estás aquí.” Kyoji apartó una rama de un árbol y salió al camino, su mano sobre el mango que salía de su obi. No hubo respuesta. Kyoji sonrió despectivamente mientras buscaba alguna señal de su presa. No vio nada.
“Es tarde, Koto,” dijo. “Debemos acabar esto.”
Los hombros de Kyoji se hundieron. Quizás había ido en la dirección equivocada. Un ruido a la izquierda del camino le llamó la atención. Kyoji miró hacia ese lado, casi perdiéndose un borroso movimiento sobre él. En el ultimo momento, Kyoji desenvainó su espada con una mano, torpemente bloqueando el ataque. Con el ruidoso crujido de madera, el arma salió volando de sus manos. Kyoji y su atacante rodaron tres veces por las hojas caídas, antes de que, finalmente, Kyoji terminase boca abajo, el brazo retorcido por su espalda.
“Quítate de encima, Koto,” soltó Kyoji, escupiendo tierra. “Este no es el momento de jugar. Padre no espera.”
“Admite que has perdido,” dijo Koto riéndose.
“No admito nada,” dijo Kyoji. “¡Te escondes en un árbol como un Escorpión!”
“Ja,” contestó Koto. “Y tu eres tan bobo como un Cangrejo. Debería acusarte de hacer trampas, por que eres más fuerte.” Koto golpeó levemente a su hermano mayor en la cabeza con su espada de madera. “¡Admite que he ganado!”
Kyoji frunció el ceño. “Muy bien,” se quejó. “Me has ganado.”
“Eso,” dijo Koto, “no ha sido difícil.”
Koto soltó a Kyoji y dio un paso hacia atrás. Por un momento, se miraron a los ojos. A los catorce, Kyoji era tres años mayor y treinta centímetros más alto. Miró a Koto con ganas de asesinarle y recogió su bokken del suelo.
“Ahora,” gruñó Kyoji. “¿Qué has dicho sobre que yo era bobo?”
“¿Bobo?” Preguntó Koto. “Quería decir lento.” Le sacó la lengua y corrió.
Kyoji maldijo y salió corriendo tras su hermano, deteniéndose solo para quitarse sus sandalias. Las piernas de Kyoji eran más largas, pero Koto salió del camino, corriendo por entre los árboles. Kyoji apartaba las ramas con su bokken. La risa de su hermano resonaba por los árboles. Finalmente, vio a Koto de pie, al raso, mirando indeciso a izquierda y a derecha. Kyoji sonrió y se lanzó sobre él. Koto se volvió y sonrió, esquivándole hacia la izquierda. Esta vez, su truco no funcionó. Kyoji había anticipado el movimiento. Agarró fuertemente a Koto, sin siquiera pensar en lo que había planeado su hermano más joven.
Ambos hermanos dieron vueltas colina abajo. Kyoji cayó de espaldas sobre un gran lodazal. Koto estaba a unos cuantos metros de distancia, boca abajo sobre un poco profundo arroyo.
“¡Koto!” Gritó Kyoji, corriendo al lado de su hermano y dándole la vuelta.
Las mejillas de Koto estaban hinchadas como las de un pez globo. Escupió una bocanada de agua a la cara de Kyoji. Kyoji chilló, cayendo sobre su trasero. Cuando se desvaneció su inicial asombro, parpadeó sorprendido ante su hermano. Miró a Koto con una expresión enfadada, pero bajo las circunstancias, esta no duró. Enseguida, ambos hermanos reían alegremente.
Daba pena ver a Koto y a Kyoji. Su pelo estaba lacio y húmedo. Sus kimonos estaban manchados y rotos. Las sandalias de Kyoji habían desaparecido, y Koto había perdido su bokken. Esto sin decir nada sobre que habían llegado varias horas tarde. Ambos miraron con temor a las puertas del castillo de su padre. Ninguno quería ser el primero en entrar.
“¿Crees que estará enfadado?” Preguntó Kyoji.
“Si,” dijo Koto, “pero le diré que fuimos asaltados por bandidos, y aunque luchamos bravamente, robaron mi espada y tus zapatos.”
“Nunca se creerá eso,” contestó Kyoji.
“Pero estará aún más enfadado por que yo haya mentido, y tú no tendrás problemas,” dijo Koto. “Y podrás tener tu gempukku el mes que viene.”
“¿De verdad crees que cancelaría mi gempukku?” Preguntó Kyoji, una nota de terror en su voz. La ceremonia en la que un niño se convertía en un samurai era sagrada; Kyoji no había hablado de otra cosa desde hacía seis meses.
“Es posible,” dijo seriamente Koto. “Los verdaderos samurai son fuertes. Incluso yo te he dado una paliza.”
Kyoji miró enfadado a su hermano. “Escucha,” soltó. “Te vencí con honradez y. . .”
Kyoji nunca acabó la frase. Las puertas del castillo se abrieron. Toku, Campeón del Clan del Mono, estaba ante ellos. El viejo samurai miró a ambos niños, sus ojos entrecerrándose en desaprobación. Acarició con una mano su afeitada cabeza y apretó los labios.
“Saludos, honorable padre,” dijeron ambos niños, arrodillándose e inclinándose mucho más de lo que pedía la etiqueta.
“¿Otra vez bandidos?” Preguntó irónicamente.
“¡Una horda completa!” Exclamó Koto mirando a su padre con una aterrorizada expresión. “El propio jefe de los bandidos. . .”
“Entrar,” dijo Toku, con un seco gesto.
Ambos asintieron. Koto se quitó de una patada sus sandalias. Kyoji limpió sus embarrados pies en el escalón. Entraron en el castillo y siguieron a su padre hasta la habitación de este. Un rugiente fuego estaba preparado en el centro de la habitación. Su hermana pequeña, Kiyuko hacía gorgoritos mientras jugaba con sus muñecas. Dos platos con comida estaban sobre la mesa, y los hermanos los atacaron con ansia.
“Tu madre estaba preocupada,” dijo Toku, sentándose ante ellos. Cogió a la inquieta bebe del suelo, y la sentó sobre su regazo.
“La culpa es mía, padre,” dijo con sinceridad Kyoji. “No tengo excusa.”
Koto miró secamente a Kyoji. “Kyoji lo recuerda mal. Me perdí en el bosque, y me tuvo que buscar. Castígame de la forma que consideres adecuada, noble padre.” Koto inclinó mucho su cabeza.
“Tengo el castigo perfecto,” dijo Toku. “Vais a ir ambos a hacer un recado.”
“¿Una misión?” Dijo Kyoji, deseoso. Koto también parecía interesado.
“Los samurai van en misiones, los chicos jóvenes hacen recados,” corrigió Toku con voz de orden. Cualquier posible intimidación desapareció cuando Kiyuko tiró de la barba de su padre.
“Si, padre,” dijeron los niños, no consiguiendo esconder su alegría.
“No os excitéis tanto,” dijo Toku con una sonrisa. “No os he dicho los detalles. . .”
“Es tarde, Koto,” dijo. “Debemos acabar esto.”
Los hombros de Kyoji se hundieron. Quizás había ido en la dirección equivocada. Un ruido a la izquierda del camino le llamó la atención. Kyoji miró hacia ese lado, casi perdiéndose un borroso movimiento sobre él. En el ultimo momento, Kyoji desenvainó su espada con una mano, torpemente bloqueando el ataque. Con el ruidoso crujido de madera, el arma salió volando de sus manos. Kyoji y su atacante rodaron tres veces por las hojas caídas, antes de que, finalmente, Kyoji terminase boca abajo, el brazo retorcido por su espalda.
“Quítate de encima, Koto,” soltó Kyoji, escupiendo tierra. “Este no es el momento de jugar. Padre no espera.”
“Admite que has perdido,” dijo Koto riéndose.
“No admito nada,” dijo Kyoji. “¡Te escondes en un árbol como un Escorpión!”
“Ja,” contestó Koto. “Y tu eres tan bobo como un Cangrejo. Debería acusarte de hacer trampas, por que eres más fuerte.” Koto golpeó levemente a su hermano mayor en la cabeza con su espada de madera. “¡Admite que he ganado!”
Kyoji frunció el ceño. “Muy bien,” se quejó. “Me has ganado.”
“Eso,” dijo Koto, “no ha sido difícil.”
Koto soltó a Kyoji y dio un paso hacia atrás. Por un momento, se miraron a los ojos. A los catorce, Kyoji era tres años mayor y treinta centímetros más alto. Miró a Koto con ganas de asesinarle y recogió su bokken del suelo.
“Ahora,” gruñó Kyoji. “¿Qué has dicho sobre que yo era bobo?”
“¿Bobo?” Preguntó Koto. “Quería decir lento.” Le sacó la lengua y corrió.
Kyoji maldijo y salió corriendo tras su hermano, deteniéndose solo para quitarse sus sandalias. Las piernas de Kyoji eran más largas, pero Koto salió del camino, corriendo por entre los árboles. Kyoji apartaba las ramas con su bokken. La risa de su hermano resonaba por los árboles. Finalmente, vio a Koto de pie, al raso, mirando indeciso a izquierda y a derecha. Kyoji sonrió y se lanzó sobre él. Koto se volvió y sonrió, esquivándole hacia la izquierda. Esta vez, su truco no funcionó. Kyoji había anticipado el movimiento. Agarró fuertemente a Koto, sin siquiera pensar en lo que había planeado su hermano más joven.
Ambos hermanos dieron vueltas colina abajo. Kyoji cayó de espaldas sobre un gran lodazal. Koto estaba a unos cuantos metros de distancia, boca abajo sobre un poco profundo arroyo.
“¡Koto!” Gritó Kyoji, corriendo al lado de su hermano y dándole la vuelta.
Las mejillas de Koto estaban hinchadas como las de un pez globo. Escupió una bocanada de agua a la cara de Kyoji. Kyoji chilló, cayendo sobre su trasero. Cuando se desvaneció su inicial asombro, parpadeó sorprendido ante su hermano. Miró a Koto con una expresión enfadada, pero bajo las circunstancias, esta no duró. Enseguida, ambos hermanos reían alegremente.
Daba pena ver a Koto y a Kyoji. Su pelo estaba lacio y húmedo. Sus kimonos estaban manchados y rotos. Las sandalias de Kyoji habían desaparecido, y Koto había perdido su bokken. Esto sin decir nada sobre que habían llegado varias horas tarde. Ambos miraron con temor a las puertas del castillo de su padre. Ninguno quería ser el primero en entrar.
“¿Crees que estará enfadado?” Preguntó Kyoji.
“Si,” dijo Koto, “pero le diré que fuimos asaltados por bandidos, y aunque luchamos bravamente, robaron mi espada y tus zapatos.”
“Nunca se creerá eso,” contestó Kyoji.
“Pero estará aún más enfadado por que yo haya mentido, y tú no tendrás problemas,” dijo Koto. “Y podrás tener tu gempukku el mes que viene.”
“¿De verdad crees que cancelaría mi gempukku?” Preguntó Kyoji, una nota de terror en su voz. La ceremonia en la que un niño se convertía en un samurai era sagrada; Kyoji no había hablado de otra cosa desde hacía seis meses.
“Es posible,” dijo seriamente Koto. “Los verdaderos samurai son fuertes. Incluso yo te he dado una paliza.”
Kyoji miró enfadado a su hermano. “Escucha,” soltó. “Te vencí con honradez y. . .”
Kyoji nunca acabó la frase. Las puertas del castillo se abrieron. Toku, Campeón del Clan del Mono, estaba ante ellos. El viejo samurai miró a ambos niños, sus ojos entrecerrándose en desaprobación. Acarició con una mano su afeitada cabeza y apretó los labios.
“Saludos, honorable padre,” dijeron ambos niños, arrodillándose e inclinándose mucho más de lo que pedía la etiqueta.
“¿Otra vez bandidos?” Preguntó irónicamente.
“¡Una horda completa!” Exclamó Koto mirando a su padre con una aterrorizada expresión. “El propio jefe de los bandidos. . .”
“Entrar,” dijo Toku, con un seco gesto.
Ambos asintieron. Koto se quitó de una patada sus sandalias. Kyoji limpió sus embarrados pies en el escalón. Entraron en el castillo y siguieron a su padre hasta la habitación de este. Un rugiente fuego estaba preparado en el centro de la habitación. Su hermana pequeña, Kiyuko hacía gorgoritos mientras jugaba con sus muñecas. Dos platos con comida estaban sobre la mesa, y los hermanos los atacaron con ansia.
“Tu madre estaba preocupada,” dijo Toku, sentándose ante ellos. Cogió a la inquieta bebe del suelo, y la sentó sobre su regazo.
“La culpa es mía, padre,” dijo con sinceridad Kyoji. “No tengo excusa.”
Koto miró secamente a Kyoji. “Kyoji lo recuerda mal. Me perdí en el bosque, y me tuvo que buscar. Castígame de la forma que consideres adecuada, noble padre.” Koto inclinó mucho su cabeza.
“Tengo el castigo perfecto,” dijo Toku. “Vais a ir ambos a hacer un recado.”
“¿Una misión?” Dijo Kyoji, deseoso. Koto también parecía interesado.
“Los samurai van en misiones, los chicos jóvenes hacen recados,” corrigió Toku con voz de orden. Cualquier posible intimidación desapareció cuando Kiyuko tiró de la barba de su padre.
“Si, padre,” dijeron los niños, no consiguiendo esconder su alegría.
“No os excitéis tanto,” dijo Toku con una sonrisa. “No os he dicho los detalles. . .”
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