Soren el Negro
24/10/2016, 01:28
Heridas mal curadas
La noche sin luna le ocultó de miradas indiscretas, mientras la densa lluvia borraba su rastro de sangre y barro.
Más cerca del alba que de la media noche, su tembloroso y débil golpeteo despertaban al sanador local. En la puerta, un hombre armado, malherido, medio muerto y sangrando por la cabeza, con dos flechas en el pecho y otra en la parte anterior del muslo. Ensangrentado y respirando con dificultad, recostado bajo el dintel de la puerta, esperaba que sus débiles golpes alcanzaran a despertar al habitante de aquella casa.
Estaba siendo una noche larga y dura, con un poso de amargura y fracaso con sabor a sangre, nada había salido como debía.
Tan solo tenían que secuestrar a un crio y a su madre: eran suficientes y la emboscada estaba bien planificada, pero, como en otras tantas ocasiones, la avaricia rompió el saco. Solo que, esta vez, ante de tiempo.
Aprovechando la confusión de la refriega, tres de los suyos, con otros intereses, los habían traicionado matando a la madre y llevándose las joyas. En el proceso, habían dejado su parte del plan sin hacer, y a sus compañeros a merced de los guardias. Una sucia jugarreta que permitió a los escoltas repeler el asalto y dar buena cuenta de los atacantes.
Sólo había sobrevivido el joven Soren que, en medio del caos, había conseguido escabullirse y alejarse todo lo que pudo de la reyerta.
Unas horas después, aún mareado y sin fuerzas, yacía boca arriba sobre un lecho de paja hasta el cual no recordaba haber llegado. Era una habitación oscura, estrecha y escasamente iluminada por un candelabro. Desde su perspectiva, se apreciaban infinidad de estanterías a rebosar de frascos y cajas que se alzaban hasta un techo exageradamente alto. Podría ser un almacén, aunque poco más pudo averiguar ya que por algún motivo terminó quedándose dormido otra vez.
Unas veces entre sueños, o más bien pesadillas, y otras durante los escasos momentos de consciencia, revivía y trataba de reconstruir lo que había sucedido aquella noche. Para él ahora todo resultaba confuso, quizá debido al golpe en la cabeza y a la pérdida de sangre, quizá por los efectos de la leche de amapola. Lo que sí estaba claro es que se estaba formando una idea en su cabeza, y era que no podía volver. Por una parte, porque le reconocerían y eso era un problema tanto para él como para quien le dio su voto de confianza permitiéndole participar. Y, por otro lado, porque él había metido en aquello a esos traidores. Sin su cadáver por ninguna parte, eran muchas preguntas a las que responder, y tendría que ser convincente, algo que no se le daba excesivamente bien. Estaba jodido.
Aquel extraño lugar resultó ser un hueco entre estantes en el sótano del sanador local, no era un lugar tan alto como parecía, a fin de cuentas, la leche de amapola causa extraños efectos…
Soren cada vez le daba más vueltas a su situación y, a pesar de estar más despejado, el lío se le hacía más gordo. Todo había salido mal y ahora tendría que marcharse lejos. Bueno, algo sí que había salido bien, pasados tres días seguían sin llegar noticias del incidente, cierto es que el camino principal se encontraba a casi una hora de viaje a pie y había otras aldeas por la zona. Lo cual significaba que tenía algo de tiempo.
Casi un mes después y con bastantes jornadas de viaje a la espalda, el cada vez más oscuro y silencioso mercenario se encontraba en una ciudad al otro lado del gran bosque, semidesnudo y tumbado sobre una mesa mientras un fibroso artesano se afanaba con la aguja sobre su rostro, repitiendo sin cesar que sería una obra de arte viviente.
Puede que el golpe en la cabeza le hubiera pasado más factura de lo que a simple vista parecía, pues había decidido enmascarar con tatuajes todo rastro de aquella noche, lo que incluía las heridas, pero sobre todo su rostro.
El resultado, un cuerpo entero tatuado conformando una amalgama de tribales con alguna clase de runas tyreas y salmos alturios a Davarion, éstos últimos cubriendo las heridas. Algo excesivo, debido en parte al tormento incesante de las pesadillas.
No eran habituales, pero tampoco había semana en la que no pasara una noche entera atormentado. Algunas habían divergido de tal forma que ya no tenían que ver con aquella noche: en ocasiones, se veía a sí mismo condenado a no recibir el rito de la ascensión y en muchas otras era arrastrado por la corriente, precipitándose a las profundidades del inmenso mar para terminar en un lugar en el que solo había oscuridad, sin saber si pisaba algo sólido o si flotaba en la nada, deshaciéndose entre las frías llamas que brotaban de su cuerpo y despertándose sobresaltado a unos metros del lecho empapado en sudor y tiritando de frio.
Al cabo de un año y tras haber dilapidado a base cerveza casi todo lo que pudiera tener algún valor con el único objetivo de adormecer su cabeza, empezaba a repasar y recordar cosas incluso algunas que ya creía olvidadas a pesar de su corta vida. Cómo le criaron medio a escondidas entre calles y sotanas, cómo le enseñaron a leer y escribir para que luego fuera el mejor niño de los recados del mundo, cómo se escapó con trece años y terminó ayudando y aprendiendo el oficio de un cazador de la región.
Recordaba casi con cariño aquel día en el que unos hombres armados le encontraron y le llevaron de vuelta con su tutor (por llamarle de alguna forma), eso sí, tras silenciar a aquel humilde hombre.
Recuerdos de idas y venidas, de escapadas a escondidas en mitad de la noche para encontrar una nueva vida en la milicia durante la guerra.
Recuerdos de un muchacho que hace su viaje a la vida adulta entre sangre, acero y secretos.
Y, de entre todos esos recuerdos, uno germina, como si de una semilla de trigo se tratase, el recuerdo de los casi dos años con un grupo de mercenarios llamado La Compañía Negra. Una época extrañamente agradable para él. Parecía que aquel crío le había cogido el gusto a la violencia.
Pues hete aquí, que ese recuerdo ha llevado a Soren hasta la gran plaza de Fuerte Tallhan para presenciar un juicio por combate, en el que uno de los campeones resulta ser un miembro de La Compañía Negra, un joven gigantón de bastante más de dos metros, que habrá de cruzar su acero con nada menos que el principal comandante de una de las casas mayores. Había encontrado lo que buscaba.
Más cerca del alba que de la media noche, su tembloroso y débil golpeteo despertaban al sanador local. En la puerta, un hombre armado, malherido, medio muerto y sangrando por la cabeza, con dos flechas en el pecho y otra en la parte anterior del muslo. Ensangrentado y respirando con dificultad, recostado bajo el dintel de la puerta, esperaba que sus débiles golpes alcanzaran a despertar al habitante de aquella casa.
Estaba siendo una noche larga y dura, con un poso de amargura y fracaso con sabor a sangre, nada había salido como debía.
Tan solo tenían que secuestrar a un crio y a su madre: eran suficientes y la emboscada estaba bien planificada, pero, como en otras tantas ocasiones, la avaricia rompió el saco. Solo que, esta vez, ante de tiempo.
Aprovechando la confusión de la refriega, tres de los suyos, con otros intereses, los habían traicionado matando a la madre y llevándose las joyas. En el proceso, habían dejado su parte del plan sin hacer, y a sus compañeros a merced de los guardias. Una sucia jugarreta que permitió a los escoltas repeler el asalto y dar buena cuenta de los atacantes.
Sólo había sobrevivido el joven Soren que, en medio del caos, había conseguido escabullirse y alejarse todo lo que pudo de la reyerta.
Unas horas después, aún mareado y sin fuerzas, yacía boca arriba sobre un lecho de paja hasta el cual no recordaba haber llegado. Era una habitación oscura, estrecha y escasamente iluminada por un candelabro. Desde su perspectiva, se apreciaban infinidad de estanterías a rebosar de frascos y cajas que se alzaban hasta un techo exageradamente alto. Podría ser un almacén, aunque poco más pudo averiguar ya que por algún motivo terminó quedándose dormido otra vez.
Unas veces entre sueños, o más bien pesadillas, y otras durante los escasos momentos de consciencia, revivía y trataba de reconstruir lo que había sucedido aquella noche. Para él ahora todo resultaba confuso, quizá debido al golpe en la cabeza y a la pérdida de sangre, quizá por los efectos de la leche de amapola. Lo que sí estaba claro es que se estaba formando una idea en su cabeza, y era que no podía volver. Por una parte, porque le reconocerían y eso era un problema tanto para él como para quien le dio su voto de confianza permitiéndole participar. Y, por otro lado, porque él había metido en aquello a esos traidores. Sin su cadáver por ninguna parte, eran muchas preguntas a las que responder, y tendría que ser convincente, algo que no se le daba excesivamente bien. Estaba jodido.
Aquel extraño lugar resultó ser un hueco entre estantes en el sótano del sanador local, no era un lugar tan alto como parecía, a fin de cuentas, la leche de amapola causa extraños efectos…
Soren cada vez le daba más vueltas a su situación y, a pesar de estar más despejado, el lío se le hacía más gordo. Todo había salido mal y ahora tendría que marcharse lejos. Bueno, algo sí que había salido bien, pasados tres días seguían sin llegar noticias del incidente, cierto es que el camino principal se encontraba a casi una hora de viaje a pie y había otras aldeas por la zona. Lo cual significaba que tenía algo de tiempo.
Casi un mes después y con bastantes jornadas de viaje a la espalda, el cada vez más oscuro y silencioso mercenario se encontraba en una ciudad al otro lado del gran bosque, semidesnudo y tumbado sobre una mesa mientras un fibroso artesano se afanaba con la aguja sobre su rostro, repitiendo sin cesar que sería una obra de arte viviente.
Puede que el golpe en la cabeza le hubiera pasado más factura de lo que a simple vista parecía, pues había decidido enmascarar con tatuajes todo rastro de aquella noche, lo que incluía las heridas, pero sobre todo su rostro.
El resultado, un cuerpo entero tatuado conformando una amalgama de tribales con alguna clase de runas tyreas y salmos alturios a Davarion, éstos últimos cubriendo las heridas. Algo excesivo, debido en parte al tormento incesante de las pesadillas.
No eran habituales, pero tampoco había semana en la que no pasara una noche entera atormentado. Algunas habían divergido de tal forma que ya no tenían que ver con aquella noche: en ocasiones, se veía a sí mismo condenado a no recibir el rito de la ascensión y en muchas otras era arrastrado por la corriente, precipitándose a las profundidades del inmenso mar para terminar en un lugar en el que solo había oscuridad, sin saber si pisaba algo sólido o si flotaba en la nada, deshaciéndose entre las frías llamas que brotaban de su cuerpo y despertándose sobresaltado a unos metros del lecho empapado en sudor y tiritando de frio.
Al cabo de un año y tras haber dilapidado a base cerveza casi todo lo que pudiera tener algún valor con el único objetivo de adormecer su cabeza, empezaba a repasar y recordar cosas incluso algunas que ya creía olvidadas a pesar de su corta vida. Cómo le criaron medio a escondidas entre calles y sotanas, cómo le enseñaron a leer y escribir para que luego fuera el mejor niño de los recados del mundo, cómo se escapó con trece años y terminó ayudando y aprendiendo el oficio de un cazador de la región.
Recordaba casi con cariño aquel día en el que unos hombres armados le encontraron y le llevaron de vuelta con su tutor (por llamarle de alguna forma), eso sí, tras silenciar a aquel humilde hombre.
Recuerdos de idas y venidas, de escapadas a escondidas en mitad de la noche para encontrar una nueva vida en la milicia durante la guerra.
Recuerdos de un muchacho que hace su viaje a la vida adulta entre sangre, acero y secretos.
Y, de entre todos esos recuerdos, uno germina, como si de una semilla de trigo se tratase, el recuerdo de los casi dos años con un grupo de mercenarios llamado La Compañía Negra. Una época extrañamente agradable para él. Parecía que aquel crío le había cogido el gusto a la violencia.
Pues hete aquí, que ese recuerdo ha llevado a Soren hasta la gran plaza de Fuerte Tallhan para presenciar un juicio por combate, en el que uno de los campeones resulta ser un miembro de La Compañía Negra, un joven gigantón de bastante más de dos metros, que habrá de cruzar su acero con nada menos que el principal comandante de una de las casas mayores. Había encontrado lo que buscaba.
Re: Soren el Negro
24/10/2016, 02:56
Descripción y Características del PJ
Clase: Cazador, Hombre de armas.
Nombre: Soren el Negro.
Str 16
Dex 14
Con 12
Int 12
Sab 10
Car 10
Altura: 1,85m.
Peso: 90kg
Ojos: oscuros casi negros.
Pelo: Largo y negro, habitualmente recogido en una coleta.
Piel: morena, Tatuado por completo incluido el cuero cabelludo, a excepción del brazo derecho y la pierna izquierda. Los tatuajes consisten en tribales bien entrelazados con runas tyreas y varios salmos a Davarion repartidos por las heridas, junto con una extraña runa que simboliza la traición.
Musculoso, pero no en exceso, bastante fibrado, de postura erguida y movimientos ágiles.
Viste ropas oscuras: Tonos pardos, grises y/o negros. La capa solo la usa para ocultarse y protegerse de mal tiempo.
Suele portar una espada larga y un arco largo.
Bastante tozudo y cabezota, de carácter serio pudiendo llegar a ser cortante, suele mantenerse callado. Hasta hace no mucho tenía un aire algo más jocoso y burlón, ahora parece incluso sombrío, podría llegar a generar desconfianza.
No lleva nada bien las traiciones hacia su persona, siendo extensible en cierta medida a sus amigos y compañeros, se ha vuelto bastante vengativo, en ocasiones bastante, bastante más de lo normal, incluso cuando apenas merece la pena. No ha olvidado el rostro de aquellos tres tipos, y no lo hará nunca, lo más probable es que si les encuentra y tiene un buen día, espere a que no le vea nadie para rajarles las tripas.
Durante el último año, principalmente debido al golpe en la cabeza que le ha terminado produciendo pesadillas y terrores nocturnos, ha desarrollado miedo a las grandes masas de agua, sobre todo al mar abierto.
Cuando ve que va a tener una mala noche, recurre a la bebida, algo que por ahora le medio funciona.
No recuerda gran cosa de su infancia temprana, no sabe nada de su familia y le da bastante igual.
Desde aquella noche, está convencido y siente que no tiene un lugar al que volver. Está convencido de que es mejor que el resto le tomen por muerto, si habitualmente resulta bastante duro de mollera, pues con este tema aún más. de ahí la estupidez de los tatuajes por la cara, por eso y porque cree que así resulta más intimidante.
Por ahora pasa desapercibido, pero sabe que algún día tendrá que dar explicaciones y a pesar de que no fue su culpa, será el quien repare el error.
Bastante bueno tanto con la espada como con el arco, se mueve con bastante soltura por los bosques de la zona norte del imperio, y hasta hace no mucho se jactaba de que no se le escapaba una presa, ya fuera animal o persona.
Nombre: Soren el Negro.
Str 16
Dex 14
Con 12
Int 12
Sab 10
Car 10
Altura: 1,85m.
Peso: 90kg
Ojos: oscuros casi negros.
Pelo: Largo y negro, habitualmente recogido en una coleta.
Piel: morena, Tatuado por completo incluido el cuero cabelludo, a excepción del brazo derecho y la pierna izquierda. Los tatuajes consisten en tribales bien entrelazados con runas tyreas y varios salmos a Davarion repartidos por las heridas, junto con una extraña runa que simboliza la traición.
Musculoso, pero no en exceso, bastante fibrado, de postura erguida y movimientos ágiles.
Viste ropas oscuras: Tonos pardos, grises y/o negros. La capa solo la usa para ocultarse y protegerse de mal tiempo.
Suele portar una espada larga y un arco largo.
Bastante tozudo y cabezota, de carácter serio pudiendo llegar a ser cortante, suele mantenerse callado. Hasta hace no mucho tenía un aire algo más jocoso y burlón, ahora parece incluso sombrío, podría llegar a generar desconfianza.
No lleva nada bien las traiciones hacia su persona, siendo extensible en cierta medida a sus amigos y compañeros, se ha vuelto bastante vengativo, en ocasiones bastante, bastante más de lo normal, incluso cuando apenas merece la pena. No ha olvidado el rostro de aquellos tres tipos, y no lo hará nunca, lo más probable es que si les encuentra y tiene un buen día, espere a que no le vea nadie para rajarles las tripas.
Durante el último año, principalmente debido al golpe en la cabeza que le ha terminado produciendo pesadillas y terrores nocturnos, ha desarrollado miedo a las grandes masas de agua, sobre todo al mar abierto.
Cuando ve que va a tener una mala noche, recurre a la bebida, algo que por ahora le medio funciona.
No recuerda gran cosa de su infancia temprana, no sabe nada de su familia y le da bastante igual.
Desde aquella noche, está convencido y siente que no tiene un lugar al que volver. Está convencido de que es mejor que el resto le tomen por muerto, si habitualmente resulta bastante duro de mollera, pues con este tema aún más. de ahí la estupidez de los tatuajes por la cara, por eso y porque cree que así resulta más intimidante.
Por ahora pasa desapercibido, pero sabe que algún día tendrá que dar explicaciones y a pesar de que no fue su culpa, será el quien repare el error.
Bastante bueno tanto con la espada como con el arco, se mueve con bastante soltura por los bosques de la zona norte del imperio, y hasta hace no mucho se jactaba de que no se le escapaba una presa, ya fuera animal o persona.
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