Sahamferast
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Astarot
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Guardián de los Cinco Anillos
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El Rey de los Troles Empty El Rey de los Troles

10/3/2010, 23:27
Rokugan,el año 958


Rocas y polvo caían de las laderas de la montaña mientras Otaku Zonoko avanzaba a través del desfiladero. Ella escuchó a su compañero, Shinjo Naru, soltar una maldición tras ella cuando la grava cayó sobre el. Sonriendo, le dijo: “Si lo necesitas siempre puedes retroceder, Naru-san. Aunque creo que no es el tipo de cosa que te gusta. Eres un cortesano,¿no es eso cierto?”

Naru se rio a carcajadas, claramente de forma forzada y con esfuerzo. “Es una observación muy aguda, Zonoko-san. Que afortunado soy por haber sido bendecido con una compañera con tal agudeza mental.” Se trataba de una broma habitual entre dos amigos de la infancia. En su juventud, ambos habían deseado llevar la gloria al clan en batalla. Zonoko había cumplido ese sueño como miembro de las Doncellas Guerreras. Naru, por su parte, había obtenido un gran prestigio, y según decía, una posición muy aburrida como yojimbo de uno de los más renombrados cortesanos del clan. El no había pasado de ver algo más que un duelo. Era un punto constante de irritación del joven, y uno sobre el cual Zonoko nunca dejaba de explotar para meterse con él.

“De hecho,” continuo Naru, “me recuerdas a otro de mis amigas. Una compañera maravillosa, aunque me temo, que no demasiado brillante. Una vez me convenció de que cogiese el puesto de asistente de un cartógrafo imperial. ‘Imagínate los peligros!’ me dijo. ‘Seguro que nos enfrentaremos a bandidos a lo largo del Imperio!’ continuo. Aquello fue una auténtica vergüenza.”

“De acuerdo, de acuerdo,” admitió a regañadientes. “Así que esta tarea no ha sido lo que creíamos. Admito que fui un poco... ingenua al hacer esas suposiciones. Pero nuestro clan lleva aquí poco más de un siglo, y nuestras experiencias aumentarán el conocimiento de los Unicornio de estas tierras. Además es preferible a la corte, ¿verdad?” Mientras acababa su defensa, Zonoko finalmente alcanzó el extremo. Poniéndose en pié, se volvió y ofreció su mano a Naru, ayudándolo a alcanzarlo también. Sacudiéndose el polvo, Zonoko echó un vistazo al paisaje montañoso que se extendía ante ellos.

Las Montañas de la Espina del Mundo eran mucho mas escarpadas que las tierras al sur de las posesiones Unicornio. Los picos ascendían mucho más, y el aire era mucho más frío y cortante. Revigorizaba. Zonoko inspiro profundamente, sintiéndose como en casa, aún en lugares extraños. Era un don de los Unicornio.

“Teniendo todo en cuenta,” dijo Naru, “habría dicho que sí, esto es preferible a la corte.” Se calló durante un momento, disfrutando de la vista tanto como Zonoko. Finalmente, se volvió y dijo, “se pondrá en contacto con nosotros pronto, ¿verdad?”

Zonoko asintió. Sin decir nada, ella sacó una estatuilla de jade que su superior, un joven y sencillo cartógrafo de nombre Asako Gohiro, le había entregado. Como le había enseñado, se sentó en el suelo y la puso ante ella y se sumió en un trance, despejando su mente de cualquier distracción. Centrándose sólo en la figura. Naru se apartó de su campo de visión, permaneciendo perfectamente inmóvil para no romper su concentración.

Después de varios minutos de absoluta concentración, la estatuilla comenzó a moverse. Sus rasgos anónimos comenzaron a tomar la forma de los de Gohiro. La pequeña estatuilla parecía que hablaba, y Zonoko oía las palabras en su mente.

“Tendríais que haberos puesto en contacto conmigo hace casi diez minutos, Zonoko-san. Espero que no hayáis tenido ningún problema.”

“No, Gohiro-sama. Simplemente, Naru y yo encontramos la escalada un poco más ardua de lo esperado. No habrá más retrasos.”

“No te preocupes. Estas cosas son de esperar.” Aunque Gohiro no era un líder particularmente carismático, y ciertamente no era un hombre dado a enfrentamientos físicos si podía evitarlos, Zonoko tenía que admitir que era un hombre con el que se podía trabajar a gusto. “¿Es esa cima tal como indican los mapas?”

La samurai-ko se arriesgó a echar una rápida mirada al paisaje que la rodeaba. Era mucho mayor de lo que esperaba, debido, por supuesto, a varias décadas de erosión y desprendimientos. Los pergaminos que había estado estudiando los días anteriores a su ascensión parecían representar esta parte de terreno bastante bien. “Está como indica el mapa, Gohiro-sama. No veo ninguna necesidad de revisiones.”

La estatuilla asintió solemnemente. Si Zonoko no se hubiese acostumbrado a verla, probablemente se hubiese echado a reír. “Muy bien entonces. Tomaos el tiempo que necesitéis para recuperaros de la escalada, pero procurad que no sea demasiado. Tenemos mucho que hacer en esta parte de las montañas, y llevamos casi un día de retraso en nuestro programa.” La estatuilla hizo una reverencia y volvió a su postura original, desvaneciéndose todo detalle de ella.

Zonoko salió de su trance, devolviendo la estatuilla de nuevo a la bolsa de su obi. “No deberíamos retrasarnos, Naru. Gohiro quiere que nos pongamos en marcha, y por una vez creo que quizás el...”

“¿Qué es eso?” la interrumpió Naru, observando a lo lejos. La Doncella Guerrera fijó su mirada allí donde apuntaba el dedo de su amigo, en la base de un pico lejano. Allí, oculta en un principio por las sombras del ocaso, podía apreciar con dificultad lo que parecía ser una cueva, o quizás la entrada de un túnel. A cualquier otra hora del día, la luz del sol o las sombras habrían ocultado la entrada en un lugar tan raro.”

“Eso,” dijo Zonoko, con cierta irritación, “no consta en nuestro mapa.” Apartó un mechón de sus cabellos de delante de sus ojos, apoyó las manos en sus caderas, y consideró la situación por un momento. Interrogó a su amigo con una mirada. “¿Deberíamos investigarlo? Ya le he dicho a Gohiro que aquí no había nada nuevo.”

“Bien,” respondió, “creo que entonces deberíamos asegurarnos de que no eres una mentirosa.” Se rió y comenzó a correr hacia la misteriosa entrada, evitando el golpe que Zonoko le lanzó a la parte de atrás de su cabeza.







La distancia entre el punto de partida de los samurai y la entrada no era particularmente grande, aunque se trataba de un terreno complicado e irregular. Cuando alcanzaron la entrada en la base de la montaña, ambos estaban exhaustos. Pasó un rato antes de que Zonoko alcanzase la entrada de la cueva. “Definitivamente esto no consta en el mapa. Y tampoco parece reciente. Estos bordes parecen redondeados, como si se hubiesen erosionado a los largo de los años.”

“¿ Es posible que esta entrada hubiese sido pasada por alto durante años? Se encuentra en un lugar inusual, y solo la descubrimos gracias a la suerte.”

“Tu la viste.”

Naru sacudió la mano, desdeñando la observación. “También es posible, aunque sea deshonroso decirlo, que las filas de los cartógrafos imperiales estén llenas de hombres tan delicados como nuestro estimado Gohiro-sama. Es posible que simplemente ni hubiesen visitado la cima de esta montaña tan a menudo como indican los archivos.”

“Mira esto,” indicó la Doncella Guerrera. Señaló a una pequeña roca redondeada que se hallaba en el suelo de la caverna. Le llegaba más o menos a la altura de las rodillas, y parecía fuera de lugar en lo que de todas, todas era una caverna natural. Parecía... algo artificial. Lo que era más interesante, es que tenía escrito una especie de símbolo de alguna clase, demasiado trabajado para tratarse de rasguño fortuito, adornando la piedra. “¿Qué opinas de esto?”

Los ojos de Naru se entrecerraron. “He visto algo parecido a esto anteriormente. En las ilustraciones de los diarios de mi bisabuelo. Los magos Gaijin en lejanas tierras usaban marcas como estas para indicar los límites de su territorio. Servían para advertir a sus oscuros amos de la presencia de alguien.”

“O, venga,” dijo Zonoko, su tono era reprobatorio.”Acostumbrabas a hablar de esos diarios incluso cuando éramos niños. No son mas que simples cuentos.” Alargó su mano para tocar la señal.

“¡No!” gritó Naru, saltando para detenerla.

La mano de Zonoko había tocado la señal de fría piedra. Durante un momento, no hubo nada más que silencio. Era un silencio extraño, uno en el cual el sonido del viento, los ecos de las montañas, y cualquier otro simplemente desaparecía y dejaba durante unos pocos segundos un absoluto vacío de sonido.

Entonces el temblor comenzó. A la vez que los dos samurai se retiraban hacia la entrada y descendían por la falda de la colina, algo se removía en el interior de la tierra. De una ciudad oculta en las profundidades de la montaña, un guardián despertó.

La montaña explotó.







El estruendo proveniente de la montaña provocó una ola de miedo que alcanzó a Asako Gohiro. No sentía temor por él mismo, ni tampoco por su joven hijo. Se encontraba lo suficientemente lejos de los precipicios para encontrarse a salvo de cualquier terremoto o alud. Su preocupación iba dirigida hacia los dos samurai bajo su mando. Se burlaban de él a sus espaldas, por supuesto. No era tan estúpido para no darse cuenta. Pero sus bromas, a diferencia de lo que había experimentado en su vida, carecían de malicia alguna. Y aunque se trataba de extraños y de subordinados, consideraba su bienestar como una responsabilidad suya.

En un principio Gohiro pensó que un nuevo pico se estaba surgiendo del interior de la tierra. Pero algo de ese estilo era casi imposible, incluso con una poderos magia de tierra. Gohiro no podía decirlo con certeza, de echo su conocimiento de la magia de tierra era virtualmente nulo. El aire era su especialidad. El que hubiera sido seleccionado para reconocer las Montañas de la Espina del Mundo era particularmente irónico.

El joven Fénix se dio cuenta, demasiado rápido, de que lo que estaba presenciando no era el resultado de un enorme terremoto, ni tampoco era el surgimiento de otro gran pico atravesando la roca montañosa para dominar el horizonte. La cosa tenía el color de la piedra, pero incluso desde esa distancia podía distinguir las arrugas de su costado. Una enmarañada mata de pelo se encontraba en la cabeza de la cosa, justo encima de dos gigantescos y brillantes cráteres que debían ser ojos. Y debajo de ellos, un horrible abismo de muerte que sólo podía ser una boca.

Era una criatura. Tenía docenas, no, cientos de pies de altura. Gohiro solo había visto algo similar en los pergaminos de los Inquisidores de su familia, pero pudo reconocer el horror que se hallaba ante él. Se trataba de un troll.

La bestia rugió. El sonido no se parecía a nada que Gohiro hubiese oído a lo largo de su vida. Se parecía al sonido que habría imaginado si la misma tierra se partiera en dos a causa de algún terrorífico cataclismo. Incluso a esta enorme distancia, la fuerza del bramido de la criatura tiró a Gohiro al suelo. Aunque ponerse en pie le resultara imposible, la criatura luchaba para liberarse de la montaña provocando que la tierra temblase bajo los pies del shugenja, desequilibrándolo con la misma facilidad que el viento mueve una hoja. Se arrastraba desesperado por el suelo que no dejaba de temblar para abrazar a su joven hijo Kyo, con dos años recién cumplidos, contra su pecho. El chiquillo parecía encontrar el temblor terriblemente gracioso, y no dejaba de hacer burbujas con deleite mientras se sujetaba al kimono de su padre.

Finalmente la bestia se liberó. Su enorme pie se hundió en la tierra a unos centenares de pies de Gohiro, y la onda expansiva lo arrojó por los aires algunos pies para caer al suelo de una forma bastante dolorosa. La sombra de la cosa lo cubrió, ocultando el sol por completo, aunque sólo durante unos terroríficos instantes. El ruido de las pisadas comenzó a hacerse mas suave, desvaneciéndose en la distancia en el transcurso de unos meros segundos. La criatura no era muy veloz, observo Gohiro, pero podía cubrir una distancia enorme con cada zancada.

Asako Gohiro se puso en pie de forma temblorosa, todavía aferrando a Kyo. La enorme silueta de la cosa estaba desapareciendo por el norte. El cartógrafo echó un vistazo a las estribaciones montañosas situadas tras el. No guardaban parecido alguno con lo que aparecían en sus preciosos mapas, y habría que dibujarlos nuevamente, aunque tal esfuerzo sería imposible durante largo tiempo a causa de la naturaleza inestable de las rocas que habían quedado atrás tras la partida de la criatura.

El darse cuenta de la muerte de sus dos compañeros no pareció preocupar tanto a Gohiro como debería haber ocurrido. Tras la terrorífica experiencia que había sufrido, parecía algo sin importancia. Gohiro miró de forma ausente hacia el norte. A la velocidad que estaba avanzando la criatura, alcanzaría la ciudad más cercana en menos de una hora. No podía imaginarse la manera en la que la ciudad se pudiese defender de la enrome criatura, incluso si el magistrado local estaba informado. Si el magistrado local desconocía la noticia, todo ser viviente de la aldea estaría casi con seguridad muerto.

Como sirviente del Emperador, incluso un simple cartógrafo, Gohiro no podía permitir que tal cosa ocurriera. Rápidamente se puso en marcha, cogiendo sus efectos personales de lar ruinas del campamento. Recogiendo su sello de oficial y su bolsa de pergaminos, y cogiendo en brazos a su joven hijo, recitó una plegaria al kami del aire y desapareció en una ráfaga de viento.







“Déjame asegurarme de que te he entendido claramente, Asako-sama,” dijo con cuidado el magistrado. La máscara que cubría la mitad inferior de su cara parecía una sonrisa, pero Gohiro dudada que la su rostro mantuviese tal expresión. “¿Me estás pidiendo que arme a toda un pueblo de heimin, evacue a las mujeres y niños, y nos preparemos para combatir a un gigantesco monstruo que según dices surgió de las montañas del sur? ¿He interpretado correctamente tu relato?”

“Por favor, Bayushi-sama,” comenzó Gohiro, “sé como debe de sonar.”

“¿De verdad lo sabes?” preguntó ella, con voz tranquila. “¿Puedes darte cuenta de... lo colorido de tu relato?” Bayushi Seiko se levantó de su mesa y cruzó la habitación para mirar a Gohiro a la cara. “¿Has tenido en cuenta la posibilidad de que alguien esté intentando engañarte? Como cartógrafo Imperial, estoy segura de que habrá alguien tratando de desacreditar a alguien tan importante como tu. ¿Es posible que hayas sido víctima de una ilusión? Y ahora que lo pienso, ¿podría ver tus papeles de viaje?”

“Ya te dije que soy un cartógrafo Imperial. No necesito tales documentos.”

“Sí, por supuesto.” Se cruzó de brazos. “¿Y has estado bebiendo esta tarde?”

Gohiro frunció el ceño y apretó los puños por la frustración. Por supuesto sonaba ridículo. Lo había visto con sus propios ojos y difícilmente podía creérselo. Ciertamente no podría haber sido engañado, no al menos a tal escala. Abrió su boca en un nuevo intento de tratar de convencer al Escorpión de sus palabras, pero se detuvo de repente, con una mano levantada para acallar cualquier conversación. Se mantuvo quieto durante un rato, después susurró “¿lo has oído?”

La mirada de Seiko indicaba claramente que había oído bastante de la historia de Gohiro. “No oigo nada, Fénix,” dijo con brusquedad. “Y estoy empezando a creer que estás malgastando mi tiempo.”

“¡Escucha!” dijo Gohiro con insistencia, vigilando a Kyo en el lugar donde se sentaba tranquilo. Era lo más insistente que había sido en toda su vida, y la mirada de Seiko dudó durante un instante. Durante un momento, nada más. Rápidamente se entrecerraron mientras ella avanzaba hacia él, con la clara intención de hacer que lo echasen.

Nunca tuvo oportunidad de hacerlo. Hubo un sonido profundo, como el retumbar de un trueno en el horizonte. Se repetía cada pocos segundos, haciéndose más fuerte a cada momento que pasaba. En unos instantes, el juego de té de la mesa de Seiko se puso a tintinear con el sonido. Y entonces comenzaron los gritos.

Rápidamente, los dos salieron al exterior. Las calles eran un caos. Los granjeros habían visto la enorme silueta aproximándose desde el sur y estaban huyendo en todas las direcciones. Varios de los yoriki de Seiko permanecían boquiabiertos en medio de la calle, con las armas colgando inertes en sus manos.

“¡Qué las fortunas nos protejan!” susurró Seiko. “¡Es un troll!”

Gohiro sabía que Seiko había servido una campaña en el Muro del Carpintero, pero estaba seguro de que se equivocaba. Sabía que los trolls raramente eran mucho mayores que un humano, y nunca había oído hablar de uno de este tamaño. Es más, nunca había oído hablar de algo de este tamaño.

Seiko sujetó al shugenja del brazo, devolviéndolo a la realidad. “¿Cómo haremos para detener a esa cosa?” No había ni miedo ni duda en su voz. Sus ojos eran duros, sus rasgos enmascarados estaban llenos de una mortal determinación.

“Yo... ¡yo no lo se!” exclamó Gohiro. “¡Vine aquí para conseguir tropas, para encontrar a alguien que pudiese enfrentarse a ello!”

“¿Enfrentarse a eso?” gritó Seiko. “¿Estás loco? ¡No hay armas a menos de una semana de viaje de aquí capaces de herir a tal bestia! ¡Quizá ni existan en el Imperio! ¡Fíjate! ¿No tienes ningún hechizo que haga que se vaya?”

Gohiro estaba como hipnotizado por el troll. ¿Podía ser que la criatura fuese incluso mayor que cuando se liberó? Parecía algo por el estilo. ¿Cómo era eso posible? “No sé lo que hacer,” admitió. “No tengo magia a mi disposición que simplemente sea capaz de llamar la atención de la bestia.”

Seiko, nerviosa, se pasó la mano por su negro cabello. Echó un vistazo a su alrededor, buscando con desesperación algo que la pudiese ayudar. Entonces, como si algo se le hubiese ocurrido de repente, miro a Gohiro de forma penetrante. “¿Cuál es tu campo de magia? ¿Eres un tensai?”

Gohiro estaba sorprendido de su conocimiento de los shugenjas Fénix. “No,” respondió. “Estudié en la escuela tradicional de los shugenja Isawa. Profundicé más en la vía del kami del aire, pero...”

“Tendrá que servir,” respondió Seiko llanamente. Sujetó al shugenja con brusquedad por su brazo y prácticamente lo arrastró por las calles, ignorando sus intentos de descubrir hacia donde se dirigían. Su viaje, corto pero desagradable, los condujo a un pequeño tugurio en las afueras del pueblo. Allí, Seiko sacó su tanto de entre sus ropas y comenzó a grabar algo en una enorme piedra lisa que había en el centro de la choza. “¡Muéstrate!” Ordenó.

Gohiro se dirigía muy lentamente hacia la puerta, escudando a Kyo con su cuerpo. Seiko estaba claramente loca, y no tenía ninguna intención de huir de la ira del troll simplemente para morir bajo la espada de una samurai-ko Escorpión loca. Sus progresos se vieron detenidos, cuando un extraño sonido chirriante lleno la choza. Entonces, cuando vio, una pequeña, marrón e inhumana cabeza aparecer del interior de la piedra. Por segunda vez en un día, Gohiro se quedó boquiabierto y sin palabras. Kyo sonrió divertido y extendió la mano hacia la extraña cosa.

La criatura marrón miró a Gohiro y Seiko con desconfianza. “¿Por qué me llamas?” pregunto a la magistrado, claramente molesto por la presencia de Gohiro. “¡En absoluto es un buen momento!”

“Estoy seguro de ello, Zgkol,” dijo Seiko con cortesía. “¿Qué es lo que sabes sobre la bestia que esta destruyendo los campos?”

La criatura siseó. Era un sonido desagradable. “¡El rey troll! Nuestras leyendas hablan sobre él. ¡Extrae la vida de los espíritus de la tierra para alimentarse! ¡Mata la tierra por dondequiera que pasa! ¡La tribu de los Magn F’Chka debemos detenerlo a cualquier precio!”

Seiko señaló a Gohiro. “Este hombre es un poderoso shaman. Su magia es fuerte para enfrentarse a la tierra. ¿Puedes enseñarle la forma de derrotar a la bestia?”

Gohiro no pudo permanecer en silencio. “¿Quieres que yo... estudie con esa cosa? ¿Qué lleve a mi hijo junto con ella? ¿Y cómo es que conoces a esta cosa? ¿Qué clase de magistrado eres tu?”

Seiko lo fulmino con una mirada furiosa. “Mis asuntos con el clan Magn F’Chka son sólo de mi incumbencia. Tu, por el contrario, eres la única oportunidad que tenemos en este momento. Los Zokujin saben mucho más sobre este tipo de asuntos que nosotros mismos. La tierra es su hogar, y esta cosa está claramente ligada a la tierra. Incluso un magistrado no iniciado como yo podría darse cuenta.”

La idea de que la bestia había crecido volvió a pasársele por la cabeza a Gohiro. Allí había alguna conexión, pero no era capaz de encajar las piezas. No tenía sentido, al menos no por el momento. Y el tiempo que tenía era demasiado precioso para preocuparse por ello. “No estoy seguro...”

Seiko apartó la tela que cubría la entrada de la choza, mientras el Zokujin emitía un siseo que mostraba su incomodidad. “¡Escucha!” le grito. Había un caos en el exterior. Gohiro podía oír los crujidos y gemidos, ocasionalmente interrumpidos por el aullido del troll. El olor a humo comenzada a llenar la choza. “¿De cuánto tiempo crees que disponemos?”

“Que te vengas o no, carece de importancia para Zgkol. Detendremos al troll con o sin tu ayuda, humano.” El Zokujin agitó su cabeza con una expresión que Gohiro no podía comprender, y entonces desapareció en el interior de la tierra dejando un túnel abierto tras él.”

S eiko miró a Gohiro con expectación. El tomo una gran bocanada de aire, , murmuro una sencilla oración, y desapareció también en el interior de la tierra tras la pequeña criatura.







Tres días más tarde, cinco pueblos yacían en ruinas. Un último recuento, daba como resultado de un mínimo de un centenar de samurai que habían caído luchando contra el troll, pero nadie había sido capaz de oponerse al troll en su camino. Gohiro había oído que los León estaban movilizando tropas en el norte con el propósito de detener a la criatura, pero simplemente, esta era demasiado rápida y no se detenía ni para descansar. Las posibilidades de que pudieran detenerlo antes de que alcanzase las tierras Dragón eran muy escasas. Ante ellos se encontraba una ciudad, una mucho más grande que cualquier otra que la bestia había destruido. Los servidores del Clan Dragón, los habitantes de la ciudad había rechazado el evacuarla. Se enfrentarían a la muerte con la frente alta, decían. Gohiro no estaba seguro de si eran valientes o estúpidos. Había dejado a su hijo Kyo con ellos, por lo que prefería pensar que eran valientes.

Gohiro y Seiko se encontraban en el extremo sur de las Montañas del Muro del Norte. La bestia se estaba aproximando con rapidez desde el sur, siguiendo la ruta sin sentido que había mantenido desde su aparición unos días antes. Incluso desde esta distancia, Gohiro podía darse cuenta, de que el ser había crecido para alcanzar unas proporciones increíbles.

“El rey troll saca su poder de la tierra,” le había contado Zgkol. “Por donde pasa, la tierra muere. Se seca y debilita. Los Zokujin no pueden vivir allí, no pueden conseguir alimento de ella. El rey troll la envenena. De la tierra surge la vida, de ella vienen los Zokujin. El rey troll debe de ser destruido.”

“¿Como conocéis tanto sobre la bestia?” quiso saber Gohiro.

Zgkol se quedó extrañamente inmóvil durante un rato. “El rey troll es una leyenda para los zokujin. Un cuento para asustar a los pequeños desobedientes. “El rey troll ha estado prisionero durante miles de años. ¿De cualquier manera, por qué lo han despertado tus amigos de su sueño?”

Por supuesto, Gohiro carecía de respuesta. No tenía ni idea de lo que había ocurrido en la cima de la montaña, pero estaba seguro de que el Zokujin le estaba ocultando algo. Cualquier cosa que fuera esa, carecía de importancia. Las pequeñas criaturas estaban dispuestas a sacrificar todo lo que tenían para destruir el troll.

Incluido el enseñar los elementos básicos de su magia más secreta a un humano.

Tres días no habían sido tiempo suficiente más que para aprender una fracción de los mas sencillos conceptos de la magia zokujin. Si Gohiro no hubiese sido un erudito, nunca habría sido capaz de comprender el mínimo destello de sus enseñanzas. Por esa razón, había asimilado lo suficiente para darse cuenta de que lo que tenía que hacer era virtualmente imposible.

“Explícamelo de nuevo,” dijo con suavidad Seiko.

Gohiro cambió de postura. “Los mas poderosos shamanes de entre los Zokujin concentraran sus energías en romper el vinculo entre el troll y la tierra. No durará mucho tiempo, y probablemente le costara la vida a mucho de los shamanes. Durante unos breves instantes el troll será vulnerable, pero sólo si somos capaces de distraerlo. Aunque es casi estúpida, posee una poderosa magia innata para defenderse. Si lo distraemos, podría intentar atacarlo con magia de aire, para obligar a su espíritu a abandonar su cuerpo y devolverlo a su letargo.”

Seiko se quedo quieta un instante, e hizo la pregunta que era inevitable. “¿Funcionaría eso?”

“No tengo ni idea. Es poco probable, pero aquí no hay nadie mas para intentarlo. De cualquier forma o detengo al troll aquí, o moriré intentándolo. La bestia no continuará su camino mientras yo viva”

La magistrado observó con curiosidad al antiguo cartógrafo. “Hay más en ti de lo que hay a primera vista, Asako Gohiro.”

“Es la hora,” dijo Gohiro cortésmente. No podía darse el lujo de distraerse de su propósito con conversaciones emotivas. “¿Tienes todo lo que necesitamos?”

La Escorpión sacó una espada corta de entre los pliegues de su kimono. La hoja brillaba con una luz inusual, y Gohiro se dio cuenta de que se trataba de cristal. “¿Dónde la has conseguido?”

“Será mejor para ti que no hagas preguntas,” le replicó ella.

Gohiro asintió en silencio. Las estruendosas pisadas eran se oían cada vez más alto y se estaba acercando al lugar en el que los zokujin iniciarían su ataque. “Deberías ponerte en marcha,” le dijo.

“Confío en que me mantengas con vida, Gohiro. Apreciaría que no me decepcionases.” Con una ligera sonrisa, la samurai-ko echó a correr hacia la criatura mientras esta se aproximaba.

Gohiro centró su atención en el flujo y reflujo de los elementos a su alrededor, dejando que sus ojos se cerrasen. Podía sentir las pisadas del troll mientras los espíritus de la tierra a su alrededor abandonaban sus lugares habituales para unirse a el. Los kami estaban confundidos, pero no podían resistir el efecto drenante del enorme troll. Había otra sensación, una que Gohiro no podía reconocer. Solo podía tratarse de la acumulación de energía por parte de los shamanes Zokujin en el interior de la tierra.

El efecto fue mucho más rápido de lo que Gohiro había esperado. Hubo una repentina explosión de energía que surgía de la llanura por donde se aproximaba la bestia. Pudo oír el rugido de sorpresa de la enorme bestia, y pudo sentir también como fluía un chorro energía de forma instintiva, de el troll, hacia aquellos que pretendían privarlo de su fuente de energía. Entonces se oyó un grito de dolor. Gohiro no podía presta r ayuda alguna, aunque si abrió los ojos.

Al shugenja se le abrió la boca por la sorpresa cuando vio como la magistrado Escorpión, no solo había recorrido la distancia que la separaba del troll, si no que también estaba atacando sin piedad a la criatura con su espada de cristal. La bestia lanzaba golpes contra ella, tratando de deshacerse del insecto que le estaba provocando tal dolor. Seiko era demasiado ágil para que le pasase algo así, y sin embargo cambiaba de posición a la velocidad del rayo para evitar ser aplastada por sus enormes pies.

Gohiro cerró sus ojos de nuevo y se concentró. No había nada que el pudiera hacer que fuese tan vital como lanzar este hechizo. Era un sencillo contra-hechizo, del tipo que conocían todos los estudiantes shugenjas de Rokugan. Aunque este había sido modificado para afectar al elemento opuesto, y para incorporar las alteraciones elementales de la magia Zokujin. El poder comenzó a fluir a través del ser de Gohiro, y no se trataba de una sensación placentera.

El joven shugenja apretó los dientes y se concentró en la enorme reserva de magia de la tierra que se encontraba en la llanura ante el. Canalizó la energía a través de él y la lanzó a través de los campos hacia el troll. El esfuerzo se vio recompensado con otro aullido de dolor, aun más gutural que el anterior. No podía saber si fue provocado por la espada de Seiko o por su hechizo, pero no podía permitirse el lujo de detenerse.

El dolor aumentaba, y Gohiro aullaba de dolor mientras sentía que su piel se resquebrajaba a causa de la cantidad de energía que manipulaba, Podía sentir como la energía del troll comenzaba a debilitarse, y la bestia aulló de nuevo. En ese instante, las montañas a su alrededor temblaron. Gohiro había tenido cuidado para no ceder y derrumbarse ante la fuerza del dolor del troll. En algún lugar detrás suya, podía oír el murmullo de un cántico. Los granjeros Dragón estaban entonando un mantra de fortaleza, permitiendo que fuese capaz de soportar las oleadas de dolor que recorrían su cuerpo.

Después de lo que parecía una eternidad, Gohiro sintió una sensación aplastante. En un principio, creyó que su alma había sido arrancada de su cuerpo, pero se dio cuenta en un estallido de alivio que el espíritu del troll estaba siendo liberado de su forma corpórea. Gohiro redobló sus esfuerzos mientras el troll aullaba, cada vez de forma más débil.

Hubo una sensación de final de liberación, una oleada de un increíble dolor, y la oscuridad se cernió sobre el.







“Intenta no moverte, Gohiro. Estás seriamente herido.”

El dulce sonido de la voz de Bayushi Seiko trajo a Gohiro de vuelta desde la oscuridad. Inmediatamente, deseó no haberlo hecho. Las quemaduras recubrían su cuerpo entero. Se sentía como si todavía estuviese canalizando la energía.

“Estas cubierto de quemaduras, Gohiro. Es grave, pero he visto casos peores. Te recuperarás, aunque llevará mucho tiempo.”

El shugenja se esforzó en hablar, pero se encontraba falto de energías.

“El troll ya no existe. Lo que hayas hecho ha funcionado. Simplemente se derrumbó en un montón de rocas. Yo casi fui destruida, pero fui capaz de huir, después de pasar varias horas inconsciente. En un principio creí que estabas muerto, aunque afortunadamente estaba equivocada. Los Dragón han estado cuidando de ti mientras yo me recobraba.”

Gohiro se relajó. La amenaza había sido eliminada. Cualquier mal que hubiera despertado al ‘rey de los trolls’ había sido arreglado y la bestia ya no caminaría por el Imperio.

“Eres un héroe, Gohiro. Evidentemente aquí levantarán un altar en tu memoria, y la del enorme servicio que has realizado. Has salvado miles de vidas, incluso la de tu hijo, y es posible que hayas salvado al mismo Imperio.”

“Eso no importa,” se obligó a decir estas palabras. “Nada de eso importa. Lo único importante... es que mi hijo esta vivo.”

“Así es. Lo llevaré a salvo con tu familia si es lo que deseas.”

“No tengo familia,” dijo agonizante. “Sólo Kyo. Mi esposa murió... dando a luz.”

“Lo siento Gohiro. Pero te recuperarás. Lo verás convertirse en un hombre.”

“No soy un estúpido, Seiko,” el Fénix sonrió, sus labios rotos se quebraron con la expresión. “Eres la samurai más valiente que he tenido el privilegio de conocer. Por favor, prométeme que cuidaras de mi hijo para que sirva a su señor tan valerosamente como tu sirves al tuyo.”

“Gohiro, por favor,” comenzó Seiko.

Su mano apretó la de Seiko con una fuerza sorprendente. Clavó sus ojos en ella, con una mirada lúcida a pesar del dolor que le embargaba. “Prométemelo. Por favor.”

Cerrando sus ojos, la Escorpión asintió. “Será un gran honor, Gohiro. Si tu hijo es tan valiente como tu, entonces cualquier señor se sentirá profundamente honrado de tenerlo a su servicio.”

Pero su ultima alabanza no llego a sus oídos. Seiko sintió como la mano del joven Fénix se soltaba de su brazo en el momento que murió. Permaneció sentada junto a él durante algunos minutos antes de decir una sencilla oración y levantándose para encontrar al shugenja Dragón.
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